De pronto me vi practicando
diversas artes para alcanzar una sola.
Dibujé letras que claramente representaban
cómo sentía; si me detenía a observar mi manuscrito podía identificar por medio
de los trazos cuándo mis letras fueron plasmadas con alegría, titubeos, rabia o
a prisa.
Marqué un ritmo con el teclado de mi ordenador mientras iba transcribiendo parte de la obra, pero ese compás fue interrumpido como si de repente hubiesen pulsado el botón «STOP», pues no pude continuar escribiendo sin sentir.
Así que actué; entré en papel, como un actor profesional. Mis personajes debían sufrir y qué difícil es si como autor debes retratar el antónimo de tu humor. Me concentré, traje a mi mente todo aquello que alguna vez me apachurró el corazón, busqué música que a mis sentidos enviara nostalgia e hice ejercicios de respiración, hasta verme sumergido en esa frecuencia anímica.
Ahora, con el resultado final en
mano, me pregunto si suele necesitarse de más de un arte para obtener una sola,
o si es que —para mi sorpresa— sólo fue que me encontré cara a cara con el arte
de escribir.
RBC.